“L’ephemere est eternel
ALBERTO
BAULINA
“L’ephemere est
eternel
ALDO ROSSI IN MEMORIAM
“Lo efímero es eterno”: Translitero
aquí la consigna de Manfredo Tafuri de sus reflexiones en Domus de enero del
‘80 sobre el provisional Theatrum Mundi que tan solo tres meses navegó a bordo
del “Argentino” por los canales de Venecia a propósito de la célebre Bienal de
Arquitectura. Estos musicales fonemas
los he recordado desde entonces resemantizados en imágenes contemporáneas de
aquella primavera de las artes arquitectónicas, verdadero bricolage que se
nutre de las residencias universitarias en Chieti de Giorgio Grassi, el
cementerio de Módena de Rossi, tal vez el Bankinter de Rafael Moneo, tal vez la
casa en Nakano de Toyo Ito, quizas “las vueltas por La Castellana ” de Antón
Capitel, quizás “el baile sobre el suelo de gresite” de Guillermo Pérez
Villalta. La vida y la muerte entrelazadas también en esas obras, en esos
escritos. Lo efímero de toda obra
humana, como la misma vida y lo eterno de la obra plural. La pasajera obra de
arquitectura como célula frágil en el longevo organismo de la cultura y la
historia.
Pudo
(esta epístola) ser oportuna para decir - a tiempo - que importante, que
absolutamente central en mi formación hubo de ser el descubrimiento, en la
lectura y en las imágenes que la misma evoca de “La Arquitectura de la Ciudad ”, en la sencilla
edición española que llegó a mis manos y que consumí con fruición de sibarita,
creo que en las tardes del patio, de la amplia casa de General Paz, la casa de
mis padres.
Pero
vayamos de a poco.
Finalizaba
el fatídico ’78 con sus fastos mundiales, y mientras Passarella exultante
recibía ya bendecida La Copa ,
como en unción papal desde las manos del omnipresente General, el joven que ya
he dejado de ser, completaba el Nivel IV de nuestra carrera y se había
acostumbrado a ver la arquitectura a través del vidrio lechoso de desarrollos
proyectuales que enfrentábamos (mis compañeros y yo) extrañados y timoratos.
El
ámbito de diseño discurría en tramas geométricas de abstracciones abúlicas,
complicados apilamientos “a lo Moshe Safdie”, brutales expresiones de
estructuras y conductos. Barras y tubos: Tal es la imagen que ningún discurso
razonable conmigo mismo pudo disolver. Es el reductivo recuerdo que arraigó en
mí de la arquitectura que intentábamos hacer en aquel tiempo. Entonces decíamos
complejos por conjuntos, ejes por calles, arterias por avenidas, nodos lineales por bulevares, objeto de diseño
por edificio, unidad hospitalaria por
hospital, baterías por aulas, espacios intermedios por galerías,
clara respuesta a las preexistencias
ambientales por buena relación con el
entorno. Habíamos incorporado a
nuestro diccionario: marco conceptual,
problemática de diseño, campo perceptual, expresión gráfica, espacio comunicacional, unidad
intercambiadora, etc. El debilitado prestigio de la historia nos hacía
confundir nombres, y con ello conceptos, y queriendo ser sintéticos muchas veces
fuimos simples: La palabra columna
englobaba un difuso significado de todo cuerpo vertical mas o menos esbelto, no
importaba si era columna, pilar, pilón,
pílono, pie derecho, pilastra, parante, ó columnin; La palabra muro abarcaba
muro, fábrica, tabique, diafragma, pared,
silleria; El vocablo viga hacia
referencia a viga, jácena, arquitrabe,
nervio, dintel, biela etc. Los
bellos y específicos términos paraninfo,
crujía, belvedere, friso, plinto, gablete etc. no encontraban cabida en una
didáctica preocupada por un perfil servilmente popular (“La arquitectura sin arquitectos” era posiblemente
el libro canónico). Todo se conjugaba en
presente absoluto sobre extensos y espaciosos sitios, alejados retiros de la ciudad y su historia. Sirva como confesión tardía, que sentí
entonces mi total incapacidad por dilucidar en que sector de esas interminables
mallas se condensaba el cuerpo edilicio, cual debería ser la imagen que tendría
que retener, que aprehender, y por otra parte en qué andarivel de mi incipiente
bagaje tendría que ubicar a los bellos edificios de mi realidad cotidiana, a
sus hermosos y calibrados espacios exteriores e interiores: Las facultades de
Ingeniería y de Ciencias Económicas, Tribunales, la galería Ames y tantos mas.
Los paseos por La Cañada ,
por Avenida Olmos o el boulevard 24 de Setiembre (brutalmente arrasado una
década antes) eran visitas a un museo urbano que se resistía al vaciamiento de
su inherente vitalidad.
Como
podría explicarme las amables promenades
por la alameda que bordeaba el antiguo alcázar en Málaga? A donde recurrir en la búsqueda de semejanzas
cualitativas con la
Piazza Navona , las Ramblas barcelonesas, la Calle de Alcalá?. La potencia de aquellos espacios urbanos -
entendía creo que con lucidez - no se
agotaba en la pura antigüedad, en su prestigio de postal turística; comprendía
intuitivamente que la calidad profundamente civil de los mismos había definido
una indeleble impronta. Ya no podía
volver a ver la ciudad desde parámetros que comenzaban a colapsar.
Aquí
mientras tanto todo debía parecer no solo “contemporáneo” sino fundamentalmente
“científico”, disuadida obviamente alguna reflexión sobre el acto profundamente
histórico en el proyecto y cultura de la arquitectura y su entorno, licuado por
aquel entonces su concepto de “espacio urbano”. En breve: De mis papeles y de los de mis
compañeros surgían extrañadas jaulas cuya obsesión por el módulo obligaba en
muchos casos al uso de la cuadricula bajo el papel manteca.
No
obstante algo se había roto.
Creo
que mi primera acción afortunada comienza en la suscripción a una - por
entonces - desconocida revista (en realidad aun hoy lo sigue siendo) en un
verdadero acto intuitivo. El primer
numero de “Arquitectura” (C. O. A. M.) lo recibí a comienzos del ’79. Mas tarde
cuando Estanislao Pérez Pita dejó la dirección editorial, fuimos algunos
sospecho, los que lo lamentamos. Por mis
ojos comenzaron a circular nombres y obras de muchos e ignotos (para mi)
arquitectos fundamentalmente españoles e italianos, y estos últimos
reconocibles tras el positivo vocablo de “La Tendenza ”, que mas tarde
el advenedizo Jenks bautizaría con el negativo Post Moderno.
Me
familiaricé con nombres desconocidos meses antes: Giorgio Grassi, Carlo Aymonino, Paolo
Portoghesi, Franco Purini, Machado y Silvetti, Diana Agrest y Mario
Gandelsonas, Robert Venturi, Javier Saenz de Oiza, Alejandro de la Sota , y tantos otros que no
he olvidado.
Por
aquellos años alguien que influiría en mi pensamiento profundamente, me hablaba
de las experiencias terapéuticas de Franco Basaglia en Italia. La “Anti -
psiquiatria” donde los pacientes internos debían volver al ámbito histórico y
protectivo de sus familias. La historia
como marco nutricio, nunca museo. En su Obra Abierta, Umberto Eco me aclaraba
en que consiste la diferencia entre el anómalo y horroroso “cuarteto” y las
pasiones de Bach. Cuando recuerdo aquella época de epifanías, muchas veces creo
escuchar a Fabrizio de André o Luis Eduardo Aute.
Fue
entonces a mediados de aquel mismo ’79 cuando me sumergí en la lectura del
libro de Rossi y en el acto entendí que una época en mi pensamiento empezaba a
conjugarse en pasado obsoleto. Si el
espacio epistemológico tiene extensión, el mío debe parecerse al de la ciudad y
sus complejidades, y los textos que le dieron carácter se han constituido en
piezas articuladoras, en monumentos.
Curiosamente “La
Arquitectura de la
Ciudad ” definió como ningún otro escrito el distrito urbano,
“la patria barrial” de esos años de mi vida, y en la inevitable forma que
emerge hay algo del Gallaratese, hay algo del Teatro del Mundo, del ritual
cementerio de San Cataldo de Módena, o de sus hermosos dibujos.
Mi
emancipación se había operado de la misma manera que iba incorporando la
historia como referente obligado a la hora de enfrentar el –para muchos- temible
papel en blanco. Esta fue la función
herramental del pensamiento y de la proyectualidad de Aldo Rossi - creo que no
solo para mi.
El
teatro del mundo a su paso por Il Redentore.
Han
pasado 20 años.
Hoy,
cuando la ciudad ha sido en gran parte confiscada del patrimonio de todos y ha
pasado a ser soporte de lugares enajenados para el usufructo de privados,
cuando sus periferias se han transformado en tierras de hiperbóreos y nos
recuerdan las ficcionales descripciones de “Hacia una nueva edad media” de Eco,
la contesto: Esta no es la ciudad en donde quiero gastar mis días; Cuando
pienso en el modelo de extensión sobre su territorio como un hipotético perfil
de volcán, esto es, un gran desarrollo en el centro y una gradual y anómica
ocupación decreciente hacia los bordes, con interminables recorridos y sistemas
de transporte cada vez mas injustos, con irracionales asentamientos de
ficticias ruralidades, la contesto: Mi ciudad tiene el perfil de una
meseta. Cuando el escenario de lo
colectivo ha ido transformándose como apoyo de pancartas de la propaganda
estatal y privada, y los íconos del efímero ejercicio político asfixian con su
ruido al cada vez mas agredido ámbito de lo plural, la contesto: El significado
de mis lugares quiere discurrir en la belleza.
Hoy
se hace necesario nuevamente repensar el ámbito de lo colectivo civilizado.
Tal
vez el Mercado nos haya travestido las calles, las plazas y los monumentos en
canales de intercambio de bienes y servicios.
Puede que sea así, puede que siempre haya sido así.
Sé
que tu libro nos relataba otras historias, otra ciudad.
Hasta
siempre.
Setiembre
de 1998
NOTA: Estas notas se publicaron a un año de la
muerte de Rossi en “Cuadernos del Sur” nº 3 (noviembre de 1998), revista de la Facultad de Arquitectura
de la U.N .C.
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